LA HABANA, Cuba. ─ Ojalá me perdonen, por esto que ahora escribo, los grandes circos que en el mundo han sido. Ojalá me perdonen los cirqueros si es que leyeran estas líneas. Que me perdone el “Circo del Sol” o, si lo prefiere en su lengua original, el Cirque du soleil, que no se moleste el Plume de Francia ni el Krone de Alemania, el Ringlin…, que no se enfaden los cirqueros; los trapecistas, los magos y los que tragan fuego, que no se moleste el que bajo la carpa simula el vuelo de un pájaro, a los que muchos, al menos en la infancia, les creímos que hacían un vuelo realísimo. Perdóname artista del circo si te ofendo, si te mortifican mis comparaciones, éstas líneas que ahora hilvano.
Espero que me perdonen los payasos que el cinco de noviembre celebraron su día, que me disculpe Miliki el español y el inglés Grimaldi, y Popov, el ruso que por obvias razones tantas veces miramos los niños cubanos en la televisión nacional. Ojalá las grandísimas carpas que pululan por el mundo no se sientan agredidas porque vea yo una carpa que tiene apariencia de caimán y que cubre a mi Isla toda, a mi país entero. Ojalá me perdonen mis paisanos por ver un circo donde otros miran un país.
Y es que en la mañana de este sábado La Habana dio muestras de vivir bajo una carpa, pero no me refiero a una de esas que visitamos en busca de entretenimiento. No escribo de esas carpas donde se suceden las grandes emociones, donde nos exaltan las buenas emociones. Yo hablo de una carpa enorme que no entretiene, que no divierte, aunque a mí me provocara estentóreas carcajadas y, tras la risa, una gran indignación. Y es que este 27 de noviembre la calle San Lázaro, en La Habana, tuvo la apariencia de una pista circular con techo de lona, como fueron siempre los circos ambulantes.
No tengo dudas de que todo cuanto vi este sábado en la mañana fue más que un circo ambulante con un payaso que hacía el papel de presidente. Yo vi a un “jefe de estado” que me llevó a pensar en un payaso, a reconocer un bufón que corría por la calle San Lázaro haciendo comedia de un suceso luctuoso de nuestra historia, un evento que la patria recuerda desde el dolor y no desde la pachanga o la risa. Díaz-Canel corría para llegar hasta las cercanías de “La punta”, hasta ese sitio en el que se levanta un monumento a aquellos estudiantes de medicina que fueran pasados por las armas después que se les acusara de mancillar la tumba de un militar español.
Y más que una jornada de luto por el ultraje a la patria, todo tuvo pinta de circo, de carnaval. Y me pregunto si haría lo mismo el “presidente” en Santiago de Cuba, si es que se atrevería a convocar a los santiagueros a correr para llegar hasta la piedra que guarda las cenizas de Fidel Castro, si acaso armara una pachanga parecida a la que hizo este sábado en la calle San Lázaro. ¿Y que se proponía con toda esa estulticia? ¿A quién se le ocurrió esa afrenta? ¿Sería él mismo quien gestó ese disparate? ¿Serían sus asesores? ¿Fue acaso su mujer?
¿Será que le entró el agua al coco por otra parte? ¿Acaso la bufonada de éste sábado se gestó recordando lo que sucedió hace, exactamente, un año? ¿Será que pensaba en aquel 27 de noviembre del 2020 y en aquella sentada pacífica en las afueras de esa casa que le quitaron a Julio Lobo para convertirla luego en la sede del Ministerio de Cultura, donde tiene su reino Alpidio Alonso, el golpeador, el arrebatador de teléfonos.
Y ahora nos quiere hacer creer el presidente no electo que su carrera hasta la Punta, hasta el monumento a los fusilados estudiantes de medicina, fue espontáneamente espontánea. Con esa carrerita quiere Díaz-Canel que olvidemos lo que ocurrió hace exactamente un año, y para eso decidió hacer el mismo el trayecto; sin dudas es muy notable que un presidente corra por una larga avenida de una ciudad capital, y hasta podría ser la primera vez que eso sucede.
Sin dudas, tal “singularidad” provocaría la atención de muchos; todos los ojos cubanos atendiendo al suceso, y abiertos también otros ojos en cualquier geografía, y también muchas orejas atentas. Un presidente sesentón corriendo por las calles de La Habana, de la ciudad capital y sede del gobierno, haciendo homenaje a unos jóvenes estudiantes de medicina que fueron fusilados respondiendo a la orden de un gobierno colonial y despótico.
¿Quién recordaría entonces aquella sentada frente a un ministerio? ¿Quién prestaría atención a aquellos reclamos tan molestos, si es que un presidente sudaba mientras corría por la calle San Lázaro? Y quizá su apuesta podría ser buena, si no tuviéramos memoria, si no estuviéramos atentos, si no recordáramos los nombres de los hombres y las mujeres que allí estuvieron esa noche del 27 de noviembre del 2020.
CubaNet.